El cómic nació en Estados Unidos en la prensa bajo la forma de escenas humorísticas con trasfondo costumbrista. Niños, animales parlantes, vagabundos, familias… eran los protagonistas de las primeras series populares. En ellas, los lectores veían reflejados sus pequeños mundos cotidianos. Y entonces, un día, llegó la Gran Depresión y, con ella, la necesidad del público de olvidar aquella misma realidad, más o menos deformada por el humor y la fantasía, con la que antes había disfrutado en las páginas de cómics de los diarios.
Fue entonces cuando florecieron las series de aventuras que ofrecían la posibilidad de evadirse hacia mundos irreales de acción, peligro, exotismo y heroísmo. Aventuras de todo tipo, desde la ciencia ficción de la pionera Buck Rogers (1929) hasta las policiacas de Dick Tracy (1931) pasando por las correrías en países lejanos de Terry y los Piratas (1934) o las fantasías medievales de El Príncipe Valiente (1934).
A finales de 1933, King Features, entonces como ahora el principal proveedor de tiras de cómics para la prensa estadounidense, ya tenía en su catálogo varias series de aventuras, como Brick Bradford o Tim Tyler’s Luck (en España bautizada como Jorge y Fernando), pero ninguna de las dos en sus respectivs categorías, ciencia ficción y aventuras exóticas, podía competir con el éxito de Buck Rogers o Tarzan. Esa carencia intentó solventarse con una nueva página dominical dibujada por Alex Raymond y publicada a partir del 7 de enero de 1934. El héroe principal sería Flash Gordon, que ocuparía la mayor parte de dicha página; el tercio superior estaría dedicado a una serie de aventuras selváticas: Jungle Jim.
En las primeras entregas se presentaba a Jim Bradley, más conocido como Jungle Jim, un cazador y domador de animales radicado en Malasia que vendía sus capturas a zoos y circos americanos y europeos, muy al estilo del pintoresco aventurero de la vida real Frank Buck. Más adelante, su reputación profesional le llevaría a desarrollar actividades menos definidas, convirtiéndose en un operador independiente a mitad de camino entre un mediador, un agente secreto y un pacificador al que recurrían tanto gobiernos como empresas privadas para solventar todo tipo de problemas en un área geográfica que se extendía desde la frontera del Sudeste Asiático con la India hasta los mares de China.
Jim parecía el hombre perfecto para cualquier misión: su alta estatura y porte elegante le asemejaba a Gary Cooper y, como él, parecía sentirse igual de a gusto en la selva que en un salón de baile. Con pantalones bombachos y salacot era la viva imagen del intrépido cazador blanco, mientras que vestido con un smoking y un clavel en el ojal se transformaba en un dandy de la alta sociedad.
Por supuesto, Jungle Jim era demasiado seductor como para no atraer la atención de las mujeres con las que se cruzaba, pero ya desde muy temprano se decidió por una: Lilli de Vrille, una aventurera también conocida como Shanghai Lil (en referencia directa al papel que interpretó Marlene Dietricht en la película El Expreso de Shanghai, 1932). Exuberante fémina de pelo oscuro que se había aprovechado de los indígenas haciéndose pasar por diosa, Lil modificó su moralmente cuestionable vida gracias al amor que sentía por Jim, y sus artimañas e ingenio complementaron la fuerza física de su amado en multitud de trepidantes aventuras contra crueles señores de la guerra, traficantes y conspiradores internacionales.
El compañero más fiel de Jim, sin embargo, siempre fue su ayudante hindú, Kolu, tocado con un turbante y experto en el lanzamiento de cuchillo, un hombre de pocas palabras y rápida acción cuyas habilidades como guía y rastreador resultaron ser valiosísimas en multitud de ocasiones.
Tras una serie de aventuras inconexas con cazadores furtivos, animales salvajes y nativos sedientos de sangre, Jungle Jim empezó a encauzar sus peripecias de forma más ordenada, mezclando elementos de espionaje, suspense, intriga y misterio.
Más incluso que Tarzán, Jungle Jim simbolizaba el sueño de las peripecias en lugares exóticos cuyos nombres (Borneo, Tibet, Mandalay, Gobi, el paso de Kyber, el Mar de Java) hicieron soñar a miles de lectores con un mundo aún muy lejos de la globalización y los documentales televisivos.
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