GÉNESIS Y POLÉMICAS EN EL PRIMER SALÓ DEL CÒMIC I LA IL·LUSTRACIÓ DE BARCELONA (1981). ENTREVISTA A ALFONS LÓPEZ
Los grandes hechos se suelen producir por una concatenación de voluntades y circunstancias. Se juntan los astros y se va creando una atmosfera que hace posible la creación de un evento que hasta entonces solo existía en las ensoñaciones de algunos. En el caso de la génesis del nacimiento del Saló del Còmic i la Il·lustració de Barcelona, podemos contar con testimonios directos de lo que sucedió y así tener la certeza de acercarnos a la cronología de esa historia sin intermediarios. El dibujante, guionista, divulgador, director de equipos y de publicaciones Alfons López es una de las personas idóneas para dar su visión de lo que sucedió. Él estuvo allí y participó activamente en la fundación del Saló.
Alfons es el que bautizó como “la conjura del autocar” la escena que se desarrolló en una expedición catalana al festival de Angulema en el año 1980. Un título perfecto para un posible tebeo, pero que en este caso sirve para dar nombre a una confabulación entre diversos profesionales de la historieta para montar un salón del cómic en Barcelona.
En la entrevista que sigue a estas líneas podremos vislumbrar un interesante retrato de una gente, de unos hechos y de una época que retorna a la vida gracias a la observadora y evocadora mirada del entrevistado. En las respuestas vemos un narrador lúcido que no tiene necesidad de edulcorar sus opiniones y que tantos años después las cuenta sin rencor, pero con pasión, con la intensidad con la que se han de recordar las vivencias importantes.
Cogemos la máquina del tiempo y viajamos a la Barcelona de 1980. La ciudad empieza a dejar atrás los bulliciosos, apasionantes y tensos años setenta. El país está en ebullición, se siguen produciendo grandes cambios. En el quiosco se vende mucho papel, y la mayoría de los dibujantes se ganan bien la vida, e incluso algunos extraordinariamente bien. Las viñetas se pueden ver no solo en los tebeos, sino también en la prensa y en todo tipo de revistas.
En el sector de las historietas han desaparecido los cuadernos de aventuras apaisados, grandes cabeceras infantiles como TBO se están quedando sin lectores (cerrará en 1983), las revistas Bruguera inician una lenta decadencia (la editorial se disolverá en 1986), y Editorial Valenciana cerrará en 1984. En cuanto a las revistas humorísticas y satíricas, aparecen y desaparecen algunas cabeceras y se consolida el modelo de El Jueves. En el quiosco se está viviendo un boom de interés por el comic para adultos, mientras muchos dibujantes siguen trabajando para el extranjero a través de las agencias. En el quiosco cada mes aparecen nuevos títulos, y con ello nuevas oportunidades para publicar. Es la era de las revistas para adultos. La eclosión de la libertad.
J. Riera: ¿Cómo veías la situación de la industria del cómic en 1980?
A. López: A la industria de los tebeos le pasaba algo parecido a lo que sucedía con los autores españoles, se consolidaba un relevo generacional y conceptual que ya había comenzado una década antes, los tiempos de la eterna posguerra definitivamente habían cambiado, y la oferta se dispararía durante toda la década, se dispararía demasiado, como luego se vería... Por supuesto, a los lectores españoles se les ampliarían enormemente las oportunidades de conocer las nuevas propuestas, tanto de los autores autóctonos como de los autores internacionales, los clásicos y los entonces contemporáneos.
Como la memoria es débil, déjenme recordar que entre 1973 y 1974, cuando la dictadura aún coleaba, la editorial Buru Lan ya se había adelantado con dos excelentes revistas: Zeppelin y El Globo. Y que por aquel tiempo también habían aparecido revistas que cambiarían el panorama del humor político: El Papus, Butifarra!, El Jueves... bastante llenas de historietas, por cierto.
Un par de apuntes. En mi opinión, no todo lo que relucía era cómic adulto; si convenimos que veníamos de la historieta infantil (o para toda la familia), yo diría que la nueva oferta incluía mucho de adolescente. Y segundo, les parecerá extraño, pero en aquel tiempo, y en general, los autores españoles de tebeos con una cierta trayectoria, sin ser Rockefeller, se podían ganar la vida dignamente con su trabajo.Si nos remontamos a un poco antes del empuje colectivo para montar un salón en Barcelona, algunos ya luchasteis por la existencia de un sindicato de dibujantes potente que defendiera los derechos de los autores. No fue posible, tampoco era un proyecto fácil de llevar a cabo ¿Qué sucedió?
Allá voy, pero antes permítanme agradecer a Emilio Bernárdez y Antonio Martín, que me han ayudado a completar, o confirmar, algunos recuerdos para que esta entrevista se acerque lo más posible a la realidad de los hechos.
El proyecto del sindicato se gestó entre los años 1976 y 1977. Efectivamente, el objetivo era defender los derechos de los autores en general, fueran dibujantes de historietas, ilustradoras (disculpen la discriminación, pero es que en aquel momento la inmensa mayoría eran señoras), guionistas o escritores relacionados con el mundo del dibujo. En esos años, legalmente, los originales no eran propiedad de los dibujantes, los contratos brillaban por su ausencia, y el cobro de derechos por segundas ediciones o ventas al extranjero, bueno, eso era como una broma...
La iniciativa salió del habitual grupo de irreductibles de aquellos tiempos en Barcelona: Carlos Giménez, Antonio Martín, Armonía Rodríguez, Alfonso Font, un servidor y representantes del colectivo de ilustradores como María Rius o Gemma Sales... Pero me dejo a alguien, seguro, y espero sepa disculparme... Total, que redactamos un manifiesto con las reivindicaciones básicas que firmaron más de ochenta profesionales de todo el Estado, y tan ufanos nos autoconvocamos en la Sala Villarroel de Barcelona como asamblea constituyente del sindicato, que tenía el flamante nombre de: Sindicato Unitario de Profesionales de la Historieta, el Humor Gráfico y la Ilustración. Lo que sucedió es de manual, de cómo la izquierda sabe autodestruirse en cuanto tiene oportunidad. Recién comenzada la asamblea, y en el primer turno de palabras, salieron unos compañeros (tres o cuatro) diciendo que ellos ya habían constituido el Sindicato de Dibujantes de la CNT y que el que quisiera se uniera a ellos. A continuación se pronunció otro grupo proclamándose el Sindicato de Dibujantes de la UGT, y más de lo mismo. Eso dinamitó la asamblea y el Sindicato Unitario. De los de la CNT nunca más se supo, los cuatro de la UGT duraron más. Afortunadamente, las compañeras ilustradoras fueron más listas y poco después formaron la Associació Profesional d'Il·lustradors de Catalunya (APIC), con una brillante trayectoria hasta hoy.
A principios de los ochenta, con el cambio de Gobierno, se decretó una nueva ley de propiedad intelectual que recogía gran parte de aquellas reivindicaciones, y quiero recordar la labor de Forges, que, aprovechando su presencia en la Villa y Corte, influyó siempre que pudo en la mejora de la situación de los trabajadores del dibujo.
Alfons es el que bautizó como “la conjura del autocar” la escena que se desarrolló en una expedición catalana al festival de Angulema en el año 1980. Un título perfecto para un posible tebeo, pero que en este caso sirve para dar nombre a una confabulación entre diversos profesionales de la historieta para montar un salón del cómic en Barcelona.
En la entrevista que sigue a estas líneas podremos vislumbrar un interesante retrato de una gente, de unos hechos y de una época que retorna a la vida gracias a la observadora y evocadora mirada del entrevistado. En las respuestas vemos un narrador lúcido que no tiene necesidad de edulcorar sus opiniones y que tantos años después las cuenta sin rencor, pero con pasión, con la intensidad con la que se han de recordar las vivencias importantes.
Cogemos la máquina del tiempo y viajamos a la Barcelona de 1980. La ciudad empieza a dejar atrás los bulliciosos, apasionantes y tensos años setenta. El país está en ebullición, se siguen produciendo grandes cambios. En el quiosco se vende mucho papel, y la mayoría de los dibujantes se ganan bien la vida, e incluso algunos extraordinariamente bien. Las viñetas se pueden ver no solo en los tebeos, sino también en la prensa y en todo tipo de revistas.
En el sector de las historietas han desaparecido los cuadernos de aventuras apaisados, grandes cabeceras infantiles como TBO se están quedando sin lectores (cerrará en 1983), las revistas Bruguera inician una lenta decadencia (la editorial se disolverá en 1986), y Editorial Valenciana cerrará en 1984. En cuanto a las revistas humorísticas y satíricas, aparecen y desaparecen algunas cabeceras y se consolida el modelo de El Jueves. En el quiosco se está viviendo un boom de interés por el comic para adultos, mientras muchos dibujantes siguen trabajando para el extranjero a través de las agencias. En el quiosco cada mes aparecen nuevos títulos, y con ello nuevas oportunidades para publicar. Es la era de las revistas para adultos. La eclosión de la libertad.
J. Riera: ¿Cómo veías la situación de la industria del cómic en 1980?
A. López: A la industria de los tebeos le pasaba algo parecido a lo que sucedía con los autores españoles, se consolidaba un relevo generacional y conceptual que ya había comenzado una década antes, los tiempos de la eterna posguerra definitivamente habían cambiado, y la oferta se dispararía durante toda la década, se dispararía demasiado, como luego se vería... Por supuesto, a los lectores españoles se les ampliarían enormemente las oportunidades de conocer las nuevas propuestas, tanto de los autores autóctonos como de los autores internacionales, los clásicos y los entonces contemporáneos.
Como la memoria es débil, déjenme recordar que entre 1973 y 1974, cuando la dictadura aún coleaba, la editorial Buru Lan ya se había adelantado con dos excelentes revistas: Zeppelin y El Globo. Y que por aquel tiempo también habían aparecido revistas que cambiarían el panorama del humor político: El Papus, Butifarra!, El Jueves... bastante llenas de historietas, por cierto.
Un par de apuntes. En mi opinión, no todo lo que relucía era cómic adulto; si convenimos que veníamos de la historieta infantil (o para toda la familia), yo diría que la nueva oferta incluía mucho de adolescente. Y segundo, les parecerá extraño, pero en aquel tiempo, y en general, los autores españoles de tebeos con una cierta trayectoria, sin ser Rockefeller, se podían ganar la vida dignamente con su trabajo.Si nos remontamos a un poco antes del empuje colectivo para montar un salón en Barcelona, algunos ya luchasteis por la existencia de un sindicato de dibujantes potente que defendiera los derechos de los autores. No fue posible, tampoco era un proyecto fácil de llevar a cabo ¿Qué sucedió?
Allá voy, pero antes permítanme agradecer a Emilio Bernárdez y Antonio Martín, que me han ayudado a completar, o confirmar, algunos recuerdos para que esta entrevista se acerque lo más posible a la realidad de los hechos.
El proyecto del sindicato se gestó entre los años 1976 y 1977. Efectivamente, el objetivo era defender los derechos de los autores en general, fueran dibujantes de historietas, ilustradoras (disculpen la discriminación, pero es que en aquel momento la inmensa mayoría eran señoras), guionistas o escritores relacionados con el mundo del dibujo. En esos años, legalmente, los originales no eran propiedad de los dibujantes, los contratos brillaban por su ausencia, y el cobro de derechos por segundas ediciones o ventas al extranjero, bueno, eso era como una broma...
La iniciativa salió del habitual grupo de irreductibles de aquellos tiempos en Barcelona: Carlos Giménez, Antonio Martín, Armonía Rodríguez, Alfonso Font, un servidor y representantes del colectivo de ilustradores como María Rius o Gemma Sales... Pero me dejo a alguien, seguro, y espero sepa disculparme... Total, que redactamos un manifiesto con las reivindicaciones básicas que firmaron más de ochenta profesionales de todo el Estado, y tan ufanos nos autoconvocamos en la Sala Villarroel de Barcelona como asamblea constituyente del sindicato, que tenía el flamante nombre de: Sindicato Unitario de Profesionales de la Historieta, el Humor Gráfico y la Ilustración. Lo que sucedió es de manual, de cómo la izquierda sabe autodestruirse en cuanto tiene oportunidad. Recién comenzada la asamblea, y en el primer turno de palabras, salieron unos compañeros (tres o cuatro) diciendo que ellos ya habían constituido el Sindicato de Dibujantes de la CNT y que el que quisiera se uniera a ellos. A continuación se pronunció otro grupo proclamándose el Sindicato de Dibujantes de la UGT, y más de lo mismo. Eso dinamitó la asamblea y el Sindicato Unitario. De los de la CNT nunca más se supo, los cuatro de la UGT duraron más. Afortunadamente, las compañeras ilustradoras fueron más listas y poco después formaron la Associació Profesional d'Il·lustradors de Catalunya (APIC), con una brillante trayectoria hasta hoy.
A principios de los ochenta, con el cambio de Gobierno, se decretó una nueva ley de propiedad intelectual que recogía gran parte de aquellas reivindicaciones, y quiero recordar la labor de Forges, que, aprovechando su presencia en la Villa y Corte, influyó siempre que pudo en la mejora de la situación de los trabajadores del dibujo.
Cartel del Salón internacional de la bande dessinée de Angulema 1980. |
Estamos en 1980. Josep Toutain fleta un autocar para ir a la séptima edición del Festival International de la bande dessinée d'Angoulême, que se celebra entre el 25 y el 27 de enero. Hablamos del que entonces —y también ahora— está considerado el festival del cómic más importante que se celebra en Europa. ¿Qué impulsó al editor a montar ese viaje?
En mi opinión, se produjeron dos circunstancias que se complementaron positivamente. Por un lado, la figura de Josep Rocabert, un catalán con doble nacionalidad, hispano-francés, íntimamente relacionado con l’Espace Mémoriel de la Résistance et de la Déportation de la Charente (departamento al que pertenece Angulema). Quizá muchos no sepan que en aquella zona de Francia el maquis tuvo una fuerte actividad y que en gran medida estaba compuesto por exiliados catalanes huidos del franquismo. El caso es que a este señor se le ocurrió, visto el auge del nuevo cómic en Catalunya, montar una exposición de autores catalanes en el mencionado Espace y de paso, ofrecer, gratia et amore, algunos puestos de venta y promoción en una de las bulles (carpas, burbujas, en francaise) a los que, en aquel momento, éramos una cierta “vanguardia": el equipo Butifarra! (nuevos usos de la historieta) y los muchachos de El Víbora (el underground), para que expusiéramos nuestros productos. Pero Rocabert no conocía personalmente a los autores, ¿y quién era el editor importante y con más relaciones de entonces?: Josep Toutain. Se pusieron en contacto, y Toutain convocó a todos los sectores y familias de la historieta de Barcelona, y pardiez que se llenó el autocar. El uno sin el otro no hubiera conseguido que en las calles de Angulema se oyera tanto catalán...
¿Fue en el transcurso de este viaje cuando se empezó a gestar la idea de montar un salón del cómic en Barcelona?
Ciertamente. Estábamos ya de regreso al autocar para salir hacia Barcelona y, de forma totalmente espontánea, un grupo nos íbamos reuniendo en la parte trasera del vehículo. Estábamos impresionados por lo que habíamos visto y vivido, ¡qué maravilla de exposiciones!, ¡qué ambiente!, toda una pequeña ciudad dedicada al comic (y eso que todavía no tenían el museo de la historieta, el CNBDI...). No estábamos todo el autocar, así que nombraré a los que más recuerdo de aquel momento: Josep Toutain, Josep Maria Berenguer, Joan Navarro, los núcleos que se movían alrededor de El Víbora y Butifarra!, como Miguel Gallardo, Emilio Bernárdez, Felipe Borrallo, Joan Aliu, yo mismo y Max, que tenía doble “militancia”... y casi estoy seguro de que Jaume Marzal, del grupo de la UGT, y el guionista Mariano Hispano... pero la memoria no da para más. Ese fue el núcleo duro que se comprometió a hacer un salón del cómic en Barcelona cuanto antes mejor, ¡y más bueno que el de Angulema! (discúlpennos, éramos jóvenes...). No hicimos un salón mejor, pero no estuvo mal. Yo siempre la he llamado “la conjura del autocar”
Cartel del 1º Salón del cómic y la ilustración de Barcelona, ilustrado por Gallardo. |
Para empezar, nos constituimos en algo parecido a una comisión gestora que, como ni local teníamos, nos reuníamos en el Velòdrom, en la calle Muntaner, un bar cafetería como los de toda la vida, con sus billares y su altillo de madera, con una larga tradición en tertulias y reuniones de todo tipo. Allí se encontraban los miembros del Club DHIN (Dibujantes de la Historieta y la Ilustración Nacionales) o el propio equipo Butifarra! Lo primero era establecer el máximo de complicidades y alianzas para hacer posible el proyecto: con los estudiosos y críticos de comic, los libreros, otros dibujantes y editores de tebeos... y, por supuesto, alguna entidad que dispusiera de un espacio para acoger el evento.
¿Cómo se consiguió que Fira Internacional de Barcelona, la mayor institución ferial del Estado, se interesara por el proyecto de un sector como el cómic, con un peso económico relativamente pequeño y en el que pululaban grupillos de autores “peludos” que no parecían muy de fiar?
Por algo que muchas veces no se reconoce abiertamente: el factor humano. Y concretamente, la intervención de dos mujeres, Marta y Teresa, que en aquel momento eran las parejas, respectivamente, de Miguel Gallardo y Felipe Borrallo. Teresa trabajaba en el Ayuntamiento de Barcelona con algún cargo próximo al poder, eso ayudó, pero la intervención decisiva fue de Marta, secretaria de Josep Maria Figueras, político, empresario de la construcción y en aquel momento presidente de la Fira Internacional de Barcelona. Marta habló con Figueras porque, además, se daba la circunstancia de que él era un gran, gran aficionado a los cómics, y los astros se alinearon adecuadamente. Desde aquel momento las reuniones se empezaron a hacer en las oficinas del recinto ferial. Con los ejecutivos de la casa, eso sí...
Y aquella comisión gestora inicial, aquel núcleo duro, se amplió y se convirtió en el Comité Organizador. Entraron representantes de otras editoriales, como Norma y Grijalbo, y nunca terminé de entender la nula presencia de las todavía grandes empresas como Bruguera... Se unieron miembros del gremio de libreros, y los autores consolidaron su participación en una asamblea en la que se escogió a sus representantes. Yo tuve el honor de ser el más votado, y me acompañaron el guionista Mariano Hispano junto con los compañeros del sindicato de la UGT (¿recuerdan?), que alternaban su presencia; ahí estaban Jaume Marzal, Leopoldo Sánchez, César López... Naturalmente, también se incorporaron algunos teóricos o estudiosos. Repito lo dicho anteriormente, seguro que me olvido de alguien...
Fiesta final del Saló de 1981. Reconocimiento a Alfonso López por su trabajo como miembro del Comité Organizador y después del Comité Ejecutivo del Saló del Còmic. |
¿Qué papel jugaron en la creación del Salón los grandes teóricos de las historietas vinculados a Barcelona, como Antonio Martín, Román Gubern o Javier Coma?
Pues depende... Antonio Martín se incorporó desde el principio, manteniendo una presencia y actividad intermitente, como la exposición que realizamos ambos para el segundo Salón sobre "El Còmic d'Expressió Catalana", pero como soy parte interesada no insistiré. El caso de Gubern es más confuso: asistió a pocas reuniones y desapareció. Y respecto a Coma... fueron muy curiosas sus idas y venidas. Me explicaré. Eran muy evidentes sus opiniones apologéticas sobre los autores norteamericanos, hoy se diría que casi supremacistas (veamos, ¿cómo no amar la obra de McCay, Herriman, King, McManus e incluso del militarista Caniff?). El problema es que iban acompañadas de un indisimulado menosprecio hacia el trabajo de la mayoría de autores españoles: lo que hace Bruguera es basura y de El Víbora ni hablamos (¿sí?, ¿Vázquez, Max, Gallardo...?).
¿Quizás el deseo de Javier Coma era poder liderar el proyecto del Saló del Còmic?
No puedo demostrarlo, porque el señor Coma no lo manifestó en público, pero era bastante evidente que aspiraba a dirigir el Salón. Era un hombre de Toutain (que más tarde editaría su enciclopedia Historia de los cómics), y Toutain, de facto, era el primus inter pares de aquel colectivo de profesionales por razones obvias, porque desde su posición de editor “avanzado" tenía contactos clave tanto en el gremio de editores como a nivel internacional. Claro, Toutain, el jefe de tantos dibujantes, no podía ser el director (¿recuerdan aquello tan curioso de la lucha de clases?), pero Coma quizá...
Los autores no lo permitieron. Y Coma se medio fue, y qué casualidad, entonces empezaron las acusaciones de que si el Salón sería poco intelectual y comercial... Al final, con un amplio consenso, se escogió a Joan Navarro como director ejecutivo y a Jesús Blasco como presidente honorario. Pero los problemas no terminaron aquí...
La mayoría de estudiosos del sector defienden que el cómic solo existe cuando es reproducido por medios mecánicos (o digitales), o sea, cuando es industria. ¿Entendisteis las acusaciones de ser “comerciales”?
A los autores que estábamos en el Comité nos importaban más bien poco, sabíamos de dónde procedían y qué intereses había detrás. En aquel momento las actividades del Salón, las exposiciones, las charlas y otras actividades fueron las que acordamos entre todos en el Comité. ¿Íbamos a oponernos a que los editores o libreros pusieran estands para vender tebeos? Seamos serios. Aquello no era la revolución, desde un punto de vista político era un pacto interclasista, a imagen y semejanza de Angulema, en el que todos pudiéramos ganar algo. Y es justo decir que en los primeros años del Saló los autores tuvimos un peso claro en la toma general de decisiones. Por supuesto, no todo lo hicimos bien. Sería años después cuando las cosas empezarían a torcerse. Nada es eterno, y la condición humana es la que es.
En marzo de 1981 se anunció que se estaba organizando el I Saló Internacional del Còmic en Sitges, que se tenía que celebrar entre el 14 y el 17 de mayo, unos pocos días antes del previsto I Saló Internacional del Còmic de Barcelona. El certamen estaba sustentado por el Ayuntamiento de Sitges. El comité de honor que se presentó estaba formado por Enric Sió, Carlos Giménez, Luis García, Antonio Hernández Palacios, Alfons Figueras y Àngel Puigmiquel. Todos ellos grandes autores, pero no eran gestores culturales. ¿El principal promotor que estaba detrás de este evento era Javier Coma?
Sí, pero el protagonismo no fue solo de Coma. La verdad es que, visto con perspectiva, todo iba muy rápido. ¡Todo lo que estamos comentando sucedió en un año! Bien, entonces volvió a aparecer Josep Rocabert, el de Angulema. Rocabert tenía casa en Sitges, y creo que se sintió relegado. Al fin y al cabo, tenía una parte de mérito en las causas iniciales que propiciaron el proyecto. Así que, en medio de las críticas iniciales al Salón, y aprovechando sus relaciones políticas con el Ayuntamiento de entonces, planteó que el Salón debería hacerse en Sitges, una bella localidad de la costa catalana, próxima a Barcelona, que podía compartir algunas de las características de la ciudad de Angulema. Supongo que conseguiría algunas adhesiones con Coma de por medio, y recuerdo que había autores que vivían en aquella ciudad. Pero el proyecto con la Fira de Barcelona ya estaba muy avanzado, y la feria era, es, un poder fáctico muy superior al de un Ayuntamiento pequeño. De todas maneras, y siguiendo el tradicional espíritu pactista catalán, recuerdo una reunión con representantes del Ayuntamiento de Sitges y el propio Rocabert, donde se acordó que algunas de las actividades culturales se harían en Sitges. Eso sí, la sede seguiría en Barcelona. Al final, supongo que sintieron una cierta marginalidad, y las actividades de Sitges se suspendieron. ¿Hubo presiones que desconozco?
Y el inefable Coma volvió a aparecer, mira por dónde, por el Saló de Barcelona como responsable de actividades culturales esponsorizado moralmente por... el editor Toutain. No duraría mucho, debido, sin duda, al profundo amor que los profesionales sentían por él. Sin embargo, como dice el tango: “Mientras el músculo duerme la ambición (o la envidia) trabaja".
En aquella época —como ahora— la gran capital editorial de cómic del Estado estaba en Barcelona. Parece que algunos personajes madrileños del sector no entendieron que se celebrara el Salón en la capital catalana.
Era un no parar. ¿Recuerdan la frase del Quijote: “Ladran, luego cabalgamos, amigo Sancho”?, pues eso. Esta vez el protagonista era Mariano Ayuso, un estudioso del medio y librero (Totem) de Madrid que nos acusaba de provincianos o algo parecido. Si hubiera sabido mantener las mínimas formas de educación hubiera resultado hasta gracioso, pero no. Supongo que se refería a que el Salón no se hacía en la capital del reino o que no le habíamos invitado a él. Los egos, y hablo en general, pueden producir monstruos de la razón. El caso es que se produjo un intercambio epistolar con algún eco en los medios del sector, ¡y suerte que no existía la plaga de las redes sociales! Algún pequeño estropicio sí consiguió el tal Ayuso, porque, como el nombre de su librería indica, estaba íntimamente relacionado con Nueva Frontera, empresa radicada en Madrid que editaba algunas de las revistas importantes del momento: Totem, Bumerang, Blue Jeans... De manera que su editor, Roberto Rocca, que tenía estand en el Saló, al final no lo utilizó, ¡pero sí que vino él personalmente para no perder comba...! Al año siguiente aparecería con todo su arsenal.
Que la endogamia no nos haga perder la perspectiva. Un solo partido del Barça o del Real Madrid suscita más interés público que todos los meses de polémicas sobre si Sitges, Barcelona, Madrid o Madrigal de la Vera, ¿o qué pensamos?
Personalmente fui a un festival de Angulema a finales de la década de los ochenta. Me impactó ver en el salón al mismísimo ministro de Cultura francés, Jacques Lang, y a sus acompañantes pasar por los estands y hablar largo y tendido con dibujantes y editores. En 1981, el Saló fue inaugurado por Max Cahner, el conseller de Cultura de la Generalitat de Catalunya. En general, ¿cómo fue recibida la iniciativa por las administraciones públicas? ¿Entendían la importancia cultural y económica del medio como lo hacía el Gobierno francés?
Lo dudo mucho. Tanto el Ayuntamiento de Barcelona como la Generalitat de Catalunya se involucraron, pero superficialmente. Es cierto que durante años ha habido subvenciones de ambos estamentos para el mantenimiento del Salón, pero limitadas. Si realmente le hubieran dado importancia haría tiempo que existiría el tantas veces reclamado museo del cómic, porque solamente el patrimonio gráfico generado por los autores ya lo justifica, y sin embargo no es así. Por otro lado, quizá las diferentes cuotas de mercado del cómic entre Francia y España, que eran abismales, no les animasen en su momento. Hoy aún sería peor...
¿Cómo se logró que, en una primera edición de una feria monotemática, que acostumbran a ser precarias e indagatorias, participasen grandes estrellas internacionales como Will Eisner, Richard Corben, Moebius, Gilbert Shelton, Willem o Joost Swarte?
Bueno, ellos y los más reconocidos autores españoles de aquel momento. Aquí hay que reconocer que el mérito final era de los editores. ¡Evidentemente! Eran los primeros interesados en que vinieran porque ellos eran sus editores en España, y si no lo eran todavía, ya encontrarían un rinconcito para negociar... Y por otro lado, eso hacía la felicidad de los lectores, cómo no.
Visto en perspectiva, ¿cuál es tu valoración del primer Saló del Còmic? ¿Estás satisfecho de la labor que pudisteis realizar en el equipo gestor?
En general, se puede decir que bastante positiva. Hubo increíbles fallos de planificación del tiempo, y la inexperiencia nos pasó alguna factura, pero al final se respiraba una alegría general, y eso que la puesta en escena y las exposiciones estaban a años luz de nuestro modelo a seguir. Con los años eso mejoraría y otras cosas se perderían.
Más de cuarenta años de historia dan para mucho. El Saló ha sobrevivido con éxito a diversas crisis, cambios de ubicación y de dirección y a la intervención en su gestión de diversas entidades, cada una con sus propios intereses. Tú formaste parte del Comité Organizador durante bastante tiempo. ¿Qué destacarías de esa colaboración?
Ciertamente. Pero sería imposible acordarme de los detalles y entresijos de todo ese periodo. Hay algunos hechos relevantes: por ejemplo, en un Salón hubo un cambio de ejecutivos en la cúpula de Fira de Barcelona, y en lugar de tener un espacio propio nos metieron directamente en la Fira Internacional de Mostres, ¡en mitad de las lavadoras y otros electrodomésticos! La gente se perdía, fue un fracaso absoluto y abandonamos la entidad. Nos quedamos huérfanos de espacio, y al año siguiente el Saló no se celebró.
Portada del catálogo de la exposición Barcelona en el Cómic. |
En los años 1986 y 1987 Barcelona no contó con su Saló del Còmic. ¿Cómo se logró que reapareciera con nuevos ímpetus en 1988?
Medio nos adoptó el Ayuntamiento, y pasaríamos a Les Drassanes (atarazanas) de Barcelona. Era como el resucitar del Saló, y nos teníamos que lucir. Ahí pasaron un par de cosas. La primera, y de la que estoy muy orgulloso, es que por primera vez conseguí que hubiera un espacio para que los autores españoles pudieran negociar directamente con los editores extranjeros. La alegría no duraría mucho, y en posteriores salones ese espacio se perdería y se volvería a recuperar, dependiendo de la temporada. La segunda es que propuse una exposición de cierta envergadura (Barcelona en el Cómic) con el apoyo de los compañeros. Toutain se opuso, pero le gané en la votación, la exposición se hizo y fue un éxito. El amigo Toutain, de carácter dominante y acostumbrado a mandar, no me lo perdonó durante bastante tiempo... Es justo decir que, con el paso de los años, los autores íbamos perdiendo fuerza. Algunos, como el apreciado Mariano Hispano, fallecieron, otros se fueron a vivir fuera de la ciudad, y yo cada vez me iba encontrando más solo. Creo que los supervivientes cometimos el error de no reaccionar y convocar una nueva asamblea de autores o algo semejante, hubiera sido lo más democrático... Poco a poco el Saló iba dejando de ser la casa de todos para estar controlado por los editores. En mi caso se produjo un hecho determinante. Estaba ya muy avanzada la década de los ochenta y el boom de las revistas entró en crisis. La codicia y el afán de protagonismo del sector editorial nos habían llevado a un exceso de publicaciones que los lectores no podían asumir porque, además, para llenar tanto papel, el nivel de calidad global se resentía cada vez más. Así que propuse, en el Comité Organizador, hacer un estudio de mercado para tener unas bases sobre las que reaccionar (tenía preparado hasta el presupuesto). ¿Eso no hubiera tenido que ser cosa de los editores? Bien, pues la propuesta fue rechazada. Y curiosamente, el único que mostró un cierto interés fue Toutain. Poco tiempo después, no recuerdo cuánto, y ciertamente agotado, presenté la dimisión. Más o menos en aquella época varios editores se arruinaron y las revistas desaparecieron.
Periódicamente hay autores o colectivos que se sienten poco valorados o incluso maltratados por las decisiones de la dirección del Saló y promueven boicots de asistencia. ¿Es un signo de la importancia del Saló en el sector del cómic?
Bueno, nada sucede porque sí. Cuando mi generación desapareció de las instancias decisorias del Saló, supongo que la cosa quedó bastante antiestética: ¿un Salón sin dibujantes ni guionistas que pintaran algo? A partir de aquí hablo por referencias. Por lo que parece, la organización propuso a la APIC que enviara un representante del sector, y así lo hicieron, porque en aquel momento algunos dibujantes de cómics se habían afiliado a la asociación (¿recuerdan aquello del sindicato?). Atención al detalle: uno, al principio en la toma de decisiones solíamos ser unas cuatro personas. La cosa aún empeoró más a medida que aparecían nuevas crisis económicas y cambios en la estructura organizativa del Saló. Llegó un momento en que en que el delegado de la APIC o los representantes de los autores que hubiera perdieron el derecho a voto, hasta que también abandonaron el Salón. Ahora ya era totalmente de los editores y de un pensamiento nefasto que no es exclusivo del sector: el crecimiento sin límites. ¡Hay que aumentar cada año las cifras de visitantes a costa de lo que sea! Como las televisiones (¡el share, el share!), como si de una vulgar entidad bancaria se tratase.
Así las cosas, no me sorprende que los autores jóvenes no lo sientan suyo. Hemos pasado de ser protagonistas a “invitados”. Lo he manifestado en otras ocasiones: si realmente se pretende cambiar las cosas habría que salir de las redes y avanzar hacia propuestas analógicas. Quizás algún grupo lo esté haciendo. Me alegraría. Generalmente los derechos no se regalan, hay que conquistarlos día a día.
El Saló, a pesar de sus posibles deficiencias y de que es imposible que cubra todas las expectativas puestas en él, lleva más de cuarenta años siendo un éxito de asistencia de público y un punto de encuentro importante para el sector. ¿Quieres opinar sobre cómo son los salones de Barcelona que se celebran ahora?
La cantidad no acostumbra a ser sinónimo de calidad. Por supuesto que el Saló continúa siendo un importante altavoz mediático, pero respecto a lo del punto de encuentro... permítanme que lo dude. Ese concepto implica una relación entre iguales que, en mi opinión, ya no existe. Como mucho, habría que hablar de punto de visita. Personalmente, si entre tanto merchandising y tanto carnaval se cuela alguna exposición de interés, por supuesto la veo, y si algún editor me convoca a una firma de cómics, la acepto, pero si me preguntan sobre si ahora el Saló es un evento esencialmente comercial, repetiré una frase que el amigo Max soltó no hace tanto: “Pero ¿dónde están los tebeos?".
Fuente: TEBEOSFERA
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